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jueves, 7 de enero de 2010

Nuestra misma canción (la poesía del Ateneo de la Juventud)


Para Roberto Sánchez Huerta


Mañana los poetas

Mañana los poetas cantarán en divino
verso que no logramos entonar los de hoy:
nuevas constelaciones darán otro destino
a sus almas inquietas con un nuevo temblor.

Mañana los poetas seguirán su camino
absortos en ignota y extraña floración,
y al oír nuestro canto, con desdén repentino
echarán a los vientos nuestra vieja ilusión.

Y todo será inútil, y todo será en vano;
será el afán de siempre y el idéntico arcano
y la misma tiniebla dentro del corazón.

Y ante la eterna sombra que surge y se retira,
recogerán del polvo la abandonada lira
y cantarán con ella nuestra misma canción.
ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ


Enrique González Martínez mandó torcer el cuello al cisne, es una verdad tan cierta que nadie se ha tomado la molestia de cuestionar. O por lo menos, nadie se ha preguntado qué cisne tuvo tan mala suerte. O qué crimen cometió. Sólo se sabe y se acata, ya que tuvo tan contundentes consecuencias. Aunque por alguna causa, no existían tantos cisnes en los lagos de la literatura mexicana. Tal vez alguno en un poema de Efrén Rebolledo: “Como un cisne espectral, la luna blanca”. El cisne de engañoso plumaje es la única nota blanca en medio de la noche. Belleza que no se sabe a sí misma, de ahí su engaño, y de ahí su mendacidad, ya que emana, se manifiesta, está en sí misma, aunque la comprensión provenga de fuera. Pero al objeto se le pide que comprenda, que adquiera una autoconciencia y que hable de sí. No el cisne que sería, en todo caso, una fuerza ciega. Una manifestación temible de la belleza enceguecida que no es aprendida por la razón. Y ya se sabe, lo sublime, como lo repitiera Antonio Caso en sus clases de Estética, hace que el espíritu “advierta su impotencia para ahondar el infinito”. Detrás de los ojos del cisne está la pavorosa y ciega naturaleza, opuesta a la placidez del espíritu. Por lo que el símbolo abarcador del búho que es capaz de penetrar con su mirada en el mundo se dispone a tapizar la naturaleza. El búho, que menciona González Martínez en su soneto, “interpreta el misterioso libro del silencio nocturno”, y al interpretar ordena el mundo.

Encuentro otro cisne, en Tablada, luego de su asesinato a manos de González Martínez: “Al lago, al silencio, a la sombra, / todo candor el cisne / con el cuello interroga” (Un día…, 1919). Pero ese cisne tiene otro significado, porque tiene en sí la pregunta, tiene angustia a la mitad del silencio y por eso pregunta, o en él está depositada la pregunta. Aunque no me pregunten qué pregunta, pues yo no comparto su angustia ni su pregunta. O por lo menos, yo pregunto otras cosas, muy distintas de las del cisne, pregunto por el cisne, por ejemplo, pero ya saben: el cisne no responde ya que como dije antes, está ciego a la belleza. Tal vez pregunte por ella, pero yo no sabría decirles. Ya los poetas decidieron torcerle el cuello. Pero yo no he contestado la pregunta, y lo haré antes de que el tiempo me tuerza el cuello: veo dos lugares con cisnes. Las respectivas obras de Manuel Gutiérrez Nájera y de Rubén Darío. Pero si el Ateneo de la Juventud se formó para defender a Manuel Gutiérrez Nájera de las “momias” incapaces de comprenderlo, ¿sería sensato dirigir esta agresión contra su obra? ¿O contra Rubén Darío, que vio nacer bajo sus alas la nueva Poesía? ¿Contra Darío, quien era esperado por todos los poetas del país, en 1910, para las fiestas del Centenario, y que llegó sólo a Xalapa, ya que por presión del gobierno estadounidense se le impidió la llegada a la ciudad de México? No: este es un cisne inmaterial, que no necesita aparecer en la literatura. Sólo necesita ser concebido como fuerza primordial de un estilo, cuando allá, antiguamente, en las revistas francesas de la década de 1870, el cisne presidió la estética parnasiana. Cuando, contemporáneos de la Comuna de París, los poetas repudiaron la vida cotidiana para concentrar su atención visual en la gran Historia y en la naturaleza. Entonces, el cisne nadó por los lagos como representación de la belleza. En algún momento, se pensó que ese cisne representaba el modernismo, que ser modernista era incluir la figura o la esencia de ese cisne. Como si no hubieran existido los simbolistas, quienes vieron el universo como una creación de Dios y pretendieron hallar las pistas de la creación en la poesía. No, hallar no: pretendieron transportar ese misterio al poema y dejarlo como un oráculo al cual preguntarle por las correspondencias secretas entre los seres, de donde provienen los símbolos, como figuras que tienen detrás de sí una realidad más difícil de comprender que la primera, dejando intocable el misterio primero del mundo. Y como si no hubieran existido los decadentistas, esos seres a los que la contemplación de la realidad descarnada los afligía por lo que fueron a la Edad Media en busca de refugio ante la literatura naturalista. Y vieron la podredumbre del cuerpo de Cristo y a la divinidad en esa podredumbre. Con tal de restaurar el reino de la trascendencia le dieron paso al demonio y a su culto, ¿pueden ustedes creerlo?, porque más que Dios, el hombre busca la trascendencia y la toma de donde puede, de la mano que vea tendida lo más cercanamente de su fe. Digamos que el cisne murió, como en efecto aconteció, pero acontecieron más cosas. Amado Nervo todavía, en su obra poética veía al universo como una gran masa de relaciones secretas, estrictamente como lo vería un ocultista, un poeta como Baudelaire o un teólogo, un mundo en el que todo se corresponde: los sentidos con las palabras, los colores cantan y los sonidos huelen. No obstante, mientras que la realidad perdía trascendencia a causa del psicoanálisis, el positivismo y el marxismo; el poema ganaba en independencia. Las leyes del universo hermético quedaron aprisionadas en el poema, por lo que no importaba mucho el problema de la libertad exterior, mientras dentro del poema estuviera presa la noción de la libertad. Eso, más o menos, es lo que según Isaiah Berlin, está dentro de las ideas de J.G. Fichte: la posibilidad de la creación de una libertad interior sin que la realidad política o social importen, por lo que ambos aspectos quedan fuera de la esfera de la libertad moral. Eso explica, por ejemplo, que en el momento en el que González Martínez retoca su poema “Los días inútiles” en el que un saúz que llora duerme sobre un lago, una bala atraviese su departamento de la calle de Bucareli y se incruste en la pared, pues eran los días de la Decena Trágica. Así, la realidad irrumpe en la vida del poeta y lo hace salir de sí mismo por más que la vida interior y sus ideales estén a salvo dentro del poema.

Llamaré a esto el Neosimbolismo, por ser distinto del Simbolismo anterior proveniente de Baudelaire. Y lo llamaré así esencialmente porque Marcel Raymond, en su libro De Baudelaire al Surrealismo, nota estas mismas características en la poesía publicada por la revista Phalange a partir de 1906, en la que se leía la obra de André Breton, Valery Larbaud O.-V. de Milosz y André Gide. Un desprendimiento del poema con respecto de su realidad, un creciente interés psicologista y la construcción de verdades sólo válidas en el poema. Y lo llamaré así en oposición a los que han visto con la muerte del cisne un periodo de “Posmodernismo”: una serie de momentos sin definición precisa, un proceso en el que la poesía no dejaba de ser y en el que aún no podía ser algo nuevo. Pero la poesía tiene que ser algo en sí misma, algo que la defina por lo que es y no sólo un tránsito, un cambio, pues de alguna manera toda poesía es sólo un estado intermedio, sea cual fuera su situación. Dentro del frasco con la etiqueta de Posmodernismo hay elementos distintos e incluso antagónicos, neosimbolistas encerrados en su vida interior y provincialistas que volcaron sus esfuerzos en la creación inspirada en la provincia francesa y en llenar sus creaciones de buena fe católica. Pero no hablaré de estos últimos porque los ateneístas no tuvieron ningún interés por redimir la provincia o por irse a vivir a su pueblo como la grulla del refrán. El antecedente de la poesía de González Martínez fue la obra de un autor no comprendido por sus contemporáneos, al que los románticos llamaban modernista y los modernistas, romántico. Pero que tenía una voz propia, una serie de procedimientos que pudieron haber usado los románticos, pero no lo hicieron. Luis G. Urbina, nacido en 1864, quien fue el primero en explorar las posibilidades del encabalgamiento, en cortar de manera violenta los versos como no lo hizo ni Nervo, ni Díaz Mirón, ni Othón. Que le dio espacio al silencio y a la meditación. En sus poemas, todo movimiento es simbólico, nunca un cuerpo se dirige a otro, pero trata de demostrar la vitalidad que tiene la contemplación:


LUIS G. URBINA

METAMORFOSIS
Madrigal romántico

Era un cautivo beso enamorado
de una mano de nieve que tenía
la apariencia de un lirio desmayado
y el palpitar de un ave en agonía.
Y sucedió que un día,
aquella mano suave
de palidez de cirio,
de languidez de lirio,
de palpitar de ave,
se acercó tanto a la prisión del beso,
que ya no pudo más el pobre preso
y se escapó; mas, con voluble giro,
huyó la mano hasta confín lejano,
y el beso, que volaba tras la mano,
rompiendo el aire, se volvió suspiro.
1905
(De Puestas de sol)

LA FELICIDAD

Sí la conozco. Es bella. Una mañana
–maravillosamente– apareció
como una blanca sombra en mi sendero,
y me dijo: –Aquí estoy.

¿Quién eres? –pregunté.
–La que tú esperas;
la tardía ilusión
que una vez sola viene; el prodigioso
sueño de paz de un fiel y último amor.
(Y mi alma estaba mustia; mis cabellos
grises; mi corazón helado ya.)

Alcé los ojos; la miré. ¡Qué bella
es la felicidad!
–¡Piadosa mía! Llegas tarde; todo
en mí, dormido para siempre está.

Lloré un momento; le besé la mano,
le dije ¡adiós!… y la dejé pasar.
20 de julio de 1913
(De Lámparas en agonía)


Sobre el Ateneo de la Juventud hay un juicio contundente: no tuvo poesía. Como todo juicio contundente que se queda inmóvil en el tiempo, es desconfiable. Según Gabriel Zaid, el prejuicio viene desde Xavier Villaurrutia, quien escribió que la poesía del Ateneo se reduce a un nombre, Alfonso Reyes, que a su vez se reduce a la promesa de “una nueva colección de versos”. Nunca se le ha considerado un grupo poético, aun cuando sus primeras manifestaciones fueron en defensa de Manuel Gutiérrez Nájera y aun cuando todas sus reuniones incluyeran la lectura de poesía. Parece un juicio realizado para dispensar a los investigadores del regreso a una época complicada –más que compleja. Bajar a una mina que ofrece poca recompensa, pues la crítica literaria quiere su recompensa. De qué sirve volver atrás para recuperar lo que no tiene valor si de cualquier manera está juzgado. Como si se perdiera la continuidad de nuestra poesía durante unos años, la continuidad que provenía del modernismo porfirista y que se vuelve a recuperar más o menos con el estridentismo o con los Contemporáneos. Pero durante la Revolución, el Ateneo se dispersó, como algunos fueron huertistas, se dedicaron a olvidar ese periodo de su vida. Luis G. Urbina estuvo algunos días en la cárcel por haber aceptado dirigir la Biblioteca Nacional bajo el periodo de Huerta, González Martínez trabajó en Educación y escribió que treinta años de contrición no habían bastado para lavar 30 días de colaboración con el usurpador, Ricardo Gómez Robelo que fue Procurador bajo la usurpación, fue el primero en hablar contra el positivismo (aunque no sabemos qué dijo) y el primero entre los ateneístas en estudiar a Poe (aunque su obra no tiene ninguna de sus audacias) y el que venciendo la fealdad propia conquistó a Tina Modotti y por eso Elena Poniatowska hace decir a la fotógrafa: “A mí me parece atractivo… quizá por su misma fealdad, y porque repite siempre que su única pasión es la pasión de la belleza. Le fascina Toulouse-Lautrec porque él mismo es un Toulouse-Lautrec”, y Rubén Valenti, subsecretario de Educación, huyó a Guatemala cuando Carranza llegó a la ciudad de México. Valenti fue tal vez el primer cultivador del poema en prosa en México, pues sus Poemas amatorios fueron publicados en 1908. Sin maña, sin efectividad, pero son textos que conducen los recursos estilísticos hacia la disolución de la narrativa para crear un solo efecto literario. Exiliado en Guatemala, mientras estaba sentado en el balcón del primer piso de su casa, bebiendo con algunas amistades, se cayó de espaldas y murió. Con el dinero que tenía en su bolsillo se pudo pagar el entierro, se dice en su familia, como para subrayar la aristocracia de este escritor chiapaneco que si bien no alcanzó a distinguirse como poeta, sí tuvo una importancia en el pensamiento filosófico del Ateneo. Durante una discusión en la Escuela de Jurisprudencia, en 1906, Valenti defendió a los nuevos pensadores anti-intelectualistas europeos que enarbolaban la intuición como instrumento de conocimiento, ante dos jóvenes incrédulos que aún se consideraban positivistas, Pedro Henríquez Ureña y Antonio Caso. Esa noche, ambos regresaron a sus casas avergonzados, dispuestos a leer el intuicionismo. Esa discusión con Valenti les abrió la puerta a la crítica contra el Positivismo. Como sea, gracias a Huerta, Nemesio García Naranjo –ateneísta también– logró ver aprobada su iniciativa para rehacer el plan de estudios de la Preparatoria Nacional desterrando para siempre el Positivismo e incorporando el Intuicionismo.

Se dice que en el Ateneo floreció el ensayo de Reyes y la prosa vigorosa de Vasconcelos, tal vez por no dejar, se habla del pensamiento de Caso, el cual aunque no se lea, se le distingue. O tal vez se le distingue con tal de que no se lea. Así que el ateneísmo se presenta como un árbol vigoroso, lleno de vida, extraída de las raíces grecolatinas de las que tanta fuerza y vigor extrajeron sus integrantes, cada semana en la biblioteca de Antonio Caso. Ahí, un busto de Goethe servía de perchero para los abrigos de los asistentes. Como tantas veces se ha dicho, leían a Platón, a Kant, a Homero, a Walter Pater, para llenar los huecos de la educación positivista. Ahí construyeron un país imaginario al cual llamaron “Grecia íntima”. Los valores grecolatinos que formaron a partir de entonces el piso moral del Ateneo los ayudaron a enfrentarse a su realidad, a la educación restrictiva del Positivismo. Una educación que les daba la certeza de la ciencia. Dudaron y el suelo tembló bajó sus pies. Como ha dicho Octavio Paz en Los hijos del limo, la afición por Grecia es una forma de insertarse en el tronco central de la civilización occidental. Y el Ateneo tuvo esta idea central, insertarse en el centro, directamente. Saltarse pasos, pues qué mas se puede hacer cuando se ha llegado tarde al banquete de la civilización. Por esta causa, el trabajo del espíritu consiste en buscar su tradición, en conseguir su herencia y a su vez dejarle algo a los hombres. Curiosamente, para tratar este tema, en “El descastado”, Alfonso Reyes recurrió por primera vez en la poesía mexicana, al verso libre, como para decir “la tradición puede ser lo más novedoso”:


ALFONSO REYES
EL DESCASTADO

I
En vano ensayaríamos una voz que les recuerde algo a los
hombres, alma mía que no tuviste a quien heredar;
en vano buscamos, necios, en ondas del mismo Leteo,
reflejos que nos pinten las estrellas que nunca vimos.
Como el perro callejero, en quien unas a otras se borran
las marcas de los atavismos,
o como el canalla civilizado
–heredera de todos, alma mía, mestiza irredenta, no
tuviste a quien heredar.

Y el hombre sólo quiere oír lo que sus abuelos contaban;
y los narradores de historias
buscan el Arte Poética en los labios de la nodriza.

Pudo seducirnos la brevedad simple, la claridad elegante,
la palabra única que salta de la idea como bota el
luchador sobre el pie descalzo…
Mientras el misterio lo consentía, mientras el misterio lo
consentía.

Alma mía, suave cómplice:
no se hizo para nosotros la sintaxis de todo el mundo,
ni hemos nacido, no, bajo la arquitectura de los Luises
de Francia!

II

¿Quién, a la hora del duende, no vio escaparse la esfera,
rodando, de la mano del sabio?
Con zancadas de muerte en zancos échase a correr el
compás, acuchillando los libros que el cuidado olvidó en la
mesa.
Así se nos han de escapar las máquinas de precisión, las
balanzas de Filología,
mientras las pantuflas bibliográficas nos pegan a la tie-
rra los pies.
(Y un ruido idefinible se oía, y el buen hombre se daba a
los diablos.
Y cuando acabó de soñar, pudo percatarse de que aquella
noche los ángeles –¡los ángeles!– habían cocinado para él.)

III

San Isidro, patrón de Madrid, protector de la holgazanería;
San Isidro Labrador: quítame el agua y ponme al sol.

San Isidro, por la mancera que nunca tu mano tocara;
San Isidro: quítame el sol, a cuya luz se espulgó la ca-
nalla; quítame el sol y ponme el agua.

Si por los cabellos arrastras la vida, como arrastra el hampón
la querida,
ella trabajará para ti.
San Isidro, patrón de Madrid: deja que los ángeles ven-
gan a labrar,
y hágase en todo nuestra voluntad.

IV

Bíblica fatiga de ganarse el pan, desconsiderado miedo a
la pobreza.
Con la cruz de los brazos abiertos ¡quién girará al viento
como veleta!

Fatiga de ganarse el pan: como la cintura de Saturno, ciñe
al mundo la Necesidad.
La Necesidad, maestra de herreros,
madre de las rejas carcelarias y de los barrotes de las
puertas;
tan bestial como la coz del asno en la cara fresca de la
molinera,
y tan majestuosa como el cielo.

Odio a la pobreza: para no tener que medir por peso tan-
tos kilogramos de hijos y criados;
para no educar a los niños en la escasez de juguetes y
flores;
para no criar monstruos despeinados, que alcen mañana
los puños contra la nobleza toda de la vida.

Pero ¿vale más que eso ser un Príncipe sin corona, ser un
Príncipe Internacional,
que va chapurrando todas las lenguas y viviendo por
todos los pueblos, entre la opulencia de sus recuerdos?
¿Valen más las plantas llagadas por la poca costumbre
de andar
que las sordas manos sin tacto, callosas de tanto afanar?

Bíblica fatiga de ganarse el pan, desconsiderado miedo a la
pobreza.
Alma, no heredamos oficio ninguno –ama loca sin eco-
nomía.
Si lo compro de pan, se me acaba;
si lo compro de aceite, se me acaba.
Compraremos una escoba de paja.
Haremos
con la paja
una escalera.
La escalera ha de llegar hasta el cielo.
Y, a tanto trepar, hemos de alcanzar,
siempre adelantando una pierna a la otra.
Guadarrama, 1916


Ese vigor del árbol ateneísta, al cual me referí antes, no tenía nada que ver con una rama menos visible, la que entonces tenía la savia de la poesía. Una rama débil, infértil, decadente. Con poetas que estaban a punto de seguir el camino de las víctimas de la vida modernista, asiduos del bar y del ajenjo. Pues esa es la otra rama del Ateneo. El dominicano Henríquez Ureña, desde su llegada a México se tomó en serio su papel de educador, es decir: de violentador, de reencauzador, pues se dispuso a darle un sentido a las vidas de sus más cercanos, particularmente de Alfonso Reyes y Antonio Caso. Pretendía alejar a los ateneístas del bar para encerrarlos en el gabinete de estudios. Lo logró a medias, pero no se cansó de juzgar a los “decadentistas” del Ateneo, a los seguidores de Verlaine y de Baudelaire. En 1909, le escribió a Reyes: “Los poetas (Tablada, López, Parra, Argüelles, etc.)… no son capaces de organizar su vida; pero esto se debe a que son gentes desorganizadas en todo, y la prueba está en que no llegan a realizarse totalmente en la poesía.” Tenía razón parcialmente, pues no creo que Tablada sea un ejemplo de mala realización poética. Tampoco creo que la falta de realización personal sea la causa de su falta de consumación poética. A menos que se refiera a la trascendencia de su obra. Entonces tal vez se vea la falta de cuidado que tuvieron algunos de ellos, que nunca se preocuparon por reunir su obra, como fue el caso de Roberto Argüelles Bringas. En una ocasión, el poeta e historiador Luis Castillo Ledón, caminando por la calle se encontró a Amado Nervo, quien le presentó a un joven de melena roja: “Éste es el futuro gran poeta de México”. Argüelles Bringas, por su cabellera y por su adicción al deporte (iba al gimnasio con José Juan Tablada) era conocido como “el Tigre de Mixcoac”. “De vida atormentada –escribió Luis Castillo Ledón–, torturado por una mente enferma, cogido entre los tentáculos de ese gran monstruo que se llama neurastenia, cantó al dolor como nadie, seguramente, lo ha cantado en el habla castellana.” Desafortunadamente, no encuentro ese dolor en sus versos. Murió a los 40 años, en 1915, sin ver reunida su obra. Sólo hasta 1986, Serge I. Zaïtzeff la recopiló en el tomo Lira ruda. No sé si yo sea culpable de no hallar dolor ni placer en su poesía, a la que también le falta algo a lo que llamaré vigor, pues no sé de qué otra forma nombrar, ya que sus pesadas cláusulas parecen la imagen de un águila incapaz de remontar la cumbre, a la manera del verso de Díaz Mirón: “El bóreas, como un poeta sañudo que va de viaje / al llegar a la montaña, los torrentes de armonía / de su inspiración extraña desata en la vega umbría, / en la azul linfa discreta y en el fondo del boscaje” (“Ventarrón”).

Es tiempo de que aparezca como un fantasma, el fantasma de Manuel de la Parra, el zacatecano de Sombrerete, con su bastón y su paso lento. El poeta ingenuo al que no valía la pena siquiera molestar, pues era inmune a las bromas, y tenía una musa ebria de medievalismos imposibles –según Alfonso Reyes– , y que parecía uno de los enanos de Blanca Nieves. Llegaba a las sesiones del Ateneo y se sentaba en las últimas sillas, siempre tímido. A veces desaparecía completamente. En una ocasión, el novelista Carlos González Peña. paseando por la Alameda de Santa María lo encontró vendiendo bombones. Borrachín, empleado en los más bajos puestos burocráticos, distraído, tuvo el extraño honor de ser traducido al inglés por Samuel Beckett. No tuvo más aspiración que ser considerado el seguidor más fiel de Paul Verlaine:


MANUEL DE LA PARRA
MOMENTO MUSICAL
A Jesús T. Acevedo

Grande paz interior, como una esencia
delicada y sutil, como suave
matiz, o como cántico de ave
se difunde y perfuma mi existencia.

Siento como si hallárame en presencia
de hondo misterio, en un momento grave,
solemne del espíritu: ¡Quién sabe
qué anunciación, qué extraña florescencia!

Y en el gris horizonte, en donde arde,
única estrella, una visión arcana,
mi vida al tramontar, deja que aguarde

la aparición de mi remota hermana.
¡Quién sabe si al fin llegue por la tarde
la que tanto esperé por la mañana!
(De Visiones lejanas, 1914)


Parrita, el último en llegar a su trabajo y el primero en salir a la cantina más cercana. Mientras comía parado en la calle, y se reía con el rostro congestionado mientras sus compañeros contaban algún chiste, un libro robado de la biblioteca a su cargo se asomaba debajo de su chaleco. El autor impuntual que ni siquiera pudo conservar más de dos semanas una columna semanal en Revista de Revistas. “No tengo idea de qué escribir”. “Escribe de tu bastón”, le dijeron sus amigos. Cuando Ramón López Velarde quiso seguir al presidente Carranza que huía a Veracruz, se citó en la estación con Manuel de la Parra, pero éste llegó tarde, así que a causa de esa impuntualidad ninguno de los poetas presenció la muerte del presidente. Al final de su vida, completamente ciego, llegaba a sus clases de literatura en la secundaria número 1 de las calles de Corregidora en el centro de la ciudad. Ricardo Cortés Tamayo, alumno de esos cursos, recuerda a Manuel de la Parra y “su esfuerzo de voz fuerte y compacto, arrancado a una garganta invadida de dominadas lágrimas”. El poeta declamaba sus poemas entre el escándalo de decenas de alumnos que gritaban sin freno: “Yo, a veces, en estas tardes bruñidas de yodo mágico, como aquellas de junio, me pregunto si esos animales de ayer, profesionistas de hoy, orondos de títulos, despachos, automóviles, petulancias, formalidades burguesas, sentirán alguna vez, cuando la memoria los ascienda a su clase de Literatura del maestro De la Parra, bochorno y remordimiento.” Ah, y se me olvidaba decir, su obra tuvo un solo tema: el amor que se espera y que nunca llega. Antes de devolver a Manuel de la Parra a su lugar entre los muertos, quiero decir que el amor llegó para sorpresa de todos los ateneístas, quienes se dijeron entre sí: “¡Parrita se casó!” Eso debió ocurrir por 1919, cuando escribió: “Como es tan bello / este amor otoñal / y delicado, temo / con pavor la venida solapada / o brusca de una ráfaga de invierno / que me lo arrebatara, / dejándome en silencio, / de la desesperanza en el sombrío / melancólico yermo.”

Pero no quiero dejar mi tema, el que venía tratando de seguir, ¿cuál era?, ah sí, la irresponsabilidad de los poetas, que no pueden solucionar su vida, por lo que Henríquez Ureña tal vez los hubiera expulsado de la República como Platón. No me parece que sintiera simpatía hacia ellos, hacia su poca seriedad. ¿Habrá querido guiar a sus compañeros hacia los géneros más serios como el ensayo y la filosofía? No sé, lo único que sé es que entonces, la poesía ocupaba el lugar más prominente, así que una de las preocupaciones más comunes era tener claro quién ocupaba el sitio principal de la poesía. Enrique González Martínez, quien había terminado con el cisne en 1911, era considerado el poeta más importante. Digamos que había dicho por dónde no ir, aunque entonces nadie sabía hacia dónde dirigirse. Así que de 1911 a 1915, la experimentación poética de González Martínez ocupaba la atención de los poetas. Las decisiones que tomó con respecto a su obra afectaron a los ateneístas, pero también a la generación de su hijo, Enrique González Rojo, pues quienes formarían el grupo de la revista Contemporáneos comenzarían su obra siguiendo los lineamientos del autor de Los senderos ocultos. Henríquez Ureña se preguntó entonces ¿quién será el poeta de mañana? porque quería que escuchar la voz del eco repetir: “Alfonso Reyes”. Pero Julio Torri respondió en un artículo: “López Velarde es nuestro poeta de mañana, como lo es González Martínez de hoy, y como lo fue de ayer Manuel José Othón.” Pero reconocer a un provinciano mocho y pobre, era algo que ni Henríquez Ureña ni Reyes ni González Martínez podían permitir. Gabriel Zaid cita en su fundamental ensayo “López Velarde ateneísta” una carta de González Martínez burlándose de “las vacas crepusculares” del zacatecano. Reyes pagó con silencio la crítica con que López Velarde recibió su libro El plano oblicuo: “su prosa descuella. Tal es el caso de Reyes, por más que lo prefiramos, en definitiva, fuera de la lírica”. Henríquez Ureña, por su parte, sólo dejó un pequeño y seco párrafo sobre el autor de La suave patria: “Otro tipo de poesía barroca, en que la complicación y novedad de las imágenes que se dan la mano con una cariñosa ternura por las cosas comunes y cotidianas, apareció con Ramón López Velarde, que retrató la vida pintoresca de las viejas ciudades del centro de México y finalmente trazó una breve síntesis del país con su Suave patria.” Ninguno de los ateneístas se interesó por tocar el tema de la provincia, un contenido poético que sirvió como depositario de los valores católicos. Sólo uno de ellos, el guanajuatense Rafael López se maravilló por la poesía del zacatecano. Se conocieron en el estudio de Saturnino Herrán y López, de un estilo fácilmente mimético, se dejó impresionar por la búsqueda estética de López Velarde. Seis años después de la muerte del autor de La suave patria, Rafael López escribió una parodia del estilo de este poema, dedicada a Chapala, el sitio de moda para las vacaciones de Semana Santa: “Del gran libro en que Dios puso el secreto / del mar, eres el lírico folleto; / cuna infantil de su flujo y reflujo, / de un soplo, una pompa de jabón / y el pulso de su errante corazón. / El domingo de Pascua, placentera / y fina, en tu recámara playera, / proporcionas al ocio ciudadano / tu ‘agua florida’ y tu ‘espejo de mano’. / Tu alma de moaré bien se acomoda / al capricho del viento y de la moda; / te envuelve el lujo en seda casquivana / y la niebla filosófica, en lana. / Pérfida en ocasiones, no te pierdes / de ser crüel con tus enamorados, / que –naturalmente– han muerto ahogados / en la caricia de tus brazos verdes.” Hay una diferencia entre estas obras que tuvieron cierta intersección: a diferencia de López Velarde, López parece no tener culpa cristiana a pesar de utilizar como recursos literarios los temas cristianos, como puede verse en su mejor poema:


RAFAEL LÓPEZ
VENUS SUSPENSA

Tu presencia en mi sombra se divulga
como el vuelo de un pájaro escarlata
con el que un pardo atardecer comulga.

Y tu alegría matinal desata
un sonoro esplendor sobre mi vida;
es una esquila de cristal y plata

que en silencio de muerte sacudida,
me lleva del pavor del viernes santo
al júbilo de la Pascua florida.

Absuelto el corazón de su quebranto,
con el hechizo de tu primavera,
se agita en rosicler y en amaranto.

Así pinta la nube –pasajera
en el navío ardiente de la aurora–
la habitual palidez de su bandera.

El instante de nuevo se avalora
con la esperanza nómade, que el día
pugna en fijar al ancla de la hora.

Vuelve el halago de la melodía
que la ilusión maravillada canta
en un crepuscular violín de Hungría.

Un conjuro se gesta en la garganta
a las pupilas de inquietud de onda
que abrió el Maligno en tu perfil de santa.

A la audacia le grito que se esconda
y a la emoción que siga en su retiro,
pues sólo tengo en tu belleza blonda,

un sepulcro de oro a mi suspiro
y un sudario de nieve a mi deseo
–roto avión en escollos de zafiro.

En un milagro estoy: cuando te veo,
se deshace la hora en un segundo,
como el relámpago en su centelleo.

Me da la vida su ritmo profundo,
la pavesa interior sustenta llama
y un insólito abril me embruja el mundo.

Juventud, gracia, amor, es tu anagrama
claro, pero insoluble a mis delirios;
quisiera, para descifrar su trama,

ser jardinero, entre dulces martirios,
tras cómplice cortina de sonrojos
en tu regazo de rosas y lirios,

sobre tu boca de jacintos rojos,
y tardo sol de veraniego alarde,
demorado en las hiedras de tus ojos.

Y en un palmo de azul, sola tu huella,
alivia mi crepúsculo cobarde,
cual la paloma de Venus la bella,
suspensa en las cornisas de la tarde.
(En Poemas)


El Ateneo de la Juventud que se fundó oficialmente el 28 de octubre de 1909 en el Salón de Actos de la Escuela de Jurisprudencia. Fue un espacio quincenal, abierto al público, en el que los miembros se reunían a leer su producción personal. Como afirma Fernando Curiel, “Ateneo de la Juventud” es un nombre que al mismo tiempo se inserta en una tradición mexicana de las asociaciones intelectuales y sugiere la idea de la renovación generacional; pero sobre todo fue un grupo conformado por una élite que aspiraba al poder cultural. Con esta regularidad continuó funcionando hasta principios de 1914, durante el periodo de Victoriano Huerta. Pero los ateneístas habían tenido varios intentos de formar un grupo antes de 1909. Primero, al tratar de formar un grupo independiente de la Revista Moderna de Jesús Valenzuela. Por ello formaron la revista Savia Moderna en 1906 con dinero de Alfonso Cravioto, hijo del ex gobernador de Hidalgo. Pero Cravioto, a los pocos meses dejó la revista para irse de luna de miel a Europa. Al año siguiente, volvieron a reunirse para repudiar a Manuel Caballero, un periodista tapatío que intentaba resucitar la Revista Azul de Gutiérrez Nájera, pero con ideas literarias completamente ajenas a las que había practicado. Los poetas jóvenes habían hecho una marcha en defensa del Duque Job en la que gritaban “momias, a vuestros sepulcros” y habían firmado un desplegado en el que decían que Manuel Caballero era no sólo incapaz de apreciar la obra del autor de “La duquesa Job”, sino siquiera de entenderla. Luego organizaron un homenaje al fundador de la Preparatoria Nacional, Gabino Barreda, en el que se dedicaron a combatir el positivismo. Hace cien años, como fruto de esa batalla ganada contra los viejos positivistas, Antonio Caso dio la primera clase de Filosofía de la Universidad, en la que festejó la inminente restauración del pensamiento religioso (años más tarde, con la libertad de cátedra, festejó que las puertas de la Universidad se habían abierto para Cristo). Los poetas que habían sido fieles al Decadentismo y al Simbolismo, fueron quedando relegados literariamente. Luis G. Urbina, quien trabajaba como Secretario Particular de Justo Sierra, se acercó a los ateneístas. De esta manera, su poesía influyó en ellos, revitalizando la decaída decadencia de sus poetas. Entre Urbina y González Martínez puede verse una continuidad poética: la poesía conversacional, la construcción a base de símbolos y prosopopeyas, el tono vespertino de su obra, la noción del poema como mundo interior… Algunos de sus poemas tienen correspondencias conscientes; otros, evidencian intereses literarios sumamente cercanos. Por ejemplo:

–Dolor: ¡qué callado vienes!
¿Serás el mismo que un día
se fue me dejó en rehenes
un joyel de poesía?
(“Balada de la vuelta del juglar”, Luis G. Urbina)

Dolor, si por acaso a llamar a mi puerta
llegas, sé bienvenido; de par en par abierta
la dejé para que entres… No turbarás la santa
placidez de mi espíritu… al contemplarte, apenas
el juvenil enjambre de mis dichas serenas
apartaráse un punto con temblorosa planta…
(“Dolor, si por acaso…”, de Enrique González Martínez)

La poesía de González Martínez determinará la poesía de la primera mitad de la década de la Revolución. En ella encontraron inspiración autores como Porfirio Barba Jacob, Rodrigo Torres Hernández y los jóvenes estudiantes de la Preparatoria como Xavier Villaurrutia y Salvador Novo. Al interior del Ateneo, esta influencia continuará en la obra de Porfirio Barba Jacob. Su poema Canción de la vida profunda parece inspirada en un poema de Albert Samain; Fernando Vallejo, biógrafo del poeta colombiano, considera más cercana la influencia de González Martínez, pues la expresión “vida profunda” aparece en el famosísimo “Tuércele el cuello al cisne…”: “Huye de toda forma y de todo lenguaje / que no vayan acordes con el ritmo latente / de la vida profunda…” Los cuarenta años de amistad entre González Martínez y Barba Jacob resultó provechosa para ambos, opina Vallejo. También lo fue para los jóvenes escritores que vieron en la obra de González Martínez una vía para continuar el proceso de independencia del poema. Finalmente, otro neosimbolista, Leopoldo de la Rosa, colombiano como Barba Jacob, fue el último de los poetas cercanos a González Martínez: iba todas las semanas a pedirle dinero. Poeta único en todo el siglo, no trabajó jamás: vivió de pedir prestado. Sólo una vez fue contratado: en 1921, por José Vasconcelos, para dar cuerda a un reloj de pared en la SEP. Según documenta Fernando Vallejo: “Tan parado como siempre siguió el reloj, y cuando Vasconcelos le reclamó a Leopoldo éste le respondió que era muy poco los seis pesos diarios que le pagaban. Heróicamente Leopoldo nunca trabajó”. Dos poemas de los dos poetas colombianos:



Porfirio Barba Jacob
Canción de la vida profunda

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos…
(¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!)
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día...
en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables
¡un día en que ya nadie nos puede retener!


Leopoldo de la Rosa (1888-1964)
Nocturno

VI
No sé qué me ha herido;
pero vengo triste, cansado y cobarde…
No veo mi herida; debe de estar muy honda porque los suspiros
traen y me dejan en los secos labios un sabor de sangre.

Muy allá, muy dentro de mí, se me anublan
unas soledades…
Muy allá en el fondo me llora una pena
descreída y vaga,
y un odio me ruge,
y hay una borrasca
sobre un mar oscuro que no sentí nunca;
y la luz de oro que yo no sabía que en mí radiaba,
muy allá en el fondo,
muy allá se apaga…
más allá del ritmo de mis pensamientos…
más allá del alma…

Corazón oculto:
cofre rojo y vivo de fúlgidas lágrimas:
cofre de recuerdos de besos: rubíes;
cofre en que han vertido todas las nostalgias
sus lunados ópalos; donde los carbúnculos deseos prenden
sus diabólicos ojos de sangre inflamada;
en donde han granado, la ilusión, zafiros,
y la gloria solares topacios;
y en donde han llorado su lloro esmeralda
los ojos marinos
de las esperanzas…
Corazón oculto:
cofre rojo y vivo:
¡tus joyas empañan!

No sé qué me ha herido…
Muy allá, muy dentro de mi tristeza
se arrastra y aúlla, su cubil buscando
como herida fiera.
Muy allá muy dentro soy como tierra
que aguarda un cadáver,
muy allá soy noche, sollozante de nada.
Muy allá me escucho llorar a mí mismo:
muy allá en el fondo la herida desangra…
desangra…
Más allá del ritmo de mis pensamientos…
¡Más allá del alma!


En 1910, durante las fiestas del Centenario, un joven escritor poblano llegó a la ciudad de México para leer un poema frente a Porfirio Díaz. Se cuenta que el presidente se conmovió con sus versos y que se acercó a él para felicitarlo. Sin embargo, Victoriano Salado Álvarez, que estuvo al lado de Díaz en la ocasión en que Nervo leyó por primera vez su poema “La raza de bronce”, cuenta que el Presidente, desesperado preguntó: “A qué hora se acaba la musiquita”. El joven llegado de Puebla, Rafael Cabrera, venía de dirigir una de las mejores revistas literarias de su época, Don Quijote, y gracias a la distinción que le significó estar en la Ciudad de México, pudo quedarse a vivir aquí en la casa de huéspedes de las señoritas Garay, en la calle de Donceles, en donde hizo amistad con varios miembros del Ateneo de la Juventud, como Efrén Rebolledo, Mariano Silva y Aceves y Julio Torri, quien lo recordaba con estas palabras: “Era alto, robusto, de noble apariencia. Muy blanco, sanguíneo; bajo la frente hermosa y pálida, los ojos escrutadores y la mirada penetrante. Muy atildado en el vestir y de trato muy fino… Siempre nervioso con nerviosidad un tanto enfermiza.” A propuesta de Pedro Henríquez Ureña, Rafael Cabrera y un compañero de Puebla, Alfonso G. Alarcón, se hicieron miembros del Ateneo. Según recuerda Torri, “el pintor Jorge Enciso y yo comíamos en la misma casa con nuestros dos poetas [Cabrera y Rebolledo]. A nuestra mesa solían acudir los diplomáticos don Bartolomé Carvajal y Rosas y don Luis Ricoy, viejos camaradas de Rebolledo, y algunos amigos míos como el filósofo don Mariano Silva y Aceves… Sin duda la frecuentación de tan excelentes amigos despertó y alentó en Rafael la inclinación por la vida diplomática.”

Un grupo formado por Cabrera, Silva y Aceves, Arturo Álvarez Cortina, Carlos Díaz Dufoo jr. y Torri, acudían, una vez a la semana, a los tés literarios “que se celebraban en la rica biblioteca de Pablo Martínez del Río, recién llegado de Oxford.” Resulta interesante que los principales autores ateneístas que se interesaron por el poema en prosa, el aforismo y la nueva prosa europea formaran un pequeño grupo dentro del Ateneo de la Juventud, es decir Torri, Cabrera, Silva y Aceves y Díaz Dufoo jr. Poesía en prosa: que consiste en lograr con la prosa los efectos de la poesía, siguiendo el ritmo del pensamiento, prescindiendo en lo posible de la narrativa y dedicándose a lograr un solo efecto literario –como lo sugería Poe. Aunque Torri manifestara en alguna de sus cartas que entre Cabrera y él había en el terreno literario una distancia de cuarenta años, lo cierto es que coinciden en el interés por la poesía en prosa que puede encontrarse en el libro que inició este género, Gaspard de la nuit de Aloysius Bertrand (1807-1841). En cierto sentido también la prosa breve de Charles Lamb y Marcel Schwob influyó a este pequeño grupo. Además de estos autores, hay que mencionar a Eduardo Colín, crítico literario, poeta y aprendiz de súperhombre que se levantaba todos los días a las cinco de la mañana a bañarse con agua fría antes de correr, para poder ser un digno aprendiz de Nietzsche. No es casual que se vea la prefiguración de Juan José Arreola, Gilberto Owen y Augusto Monterroso en los siguientes poemas en prosa:


Eduardo Colín (1880-1945)
UNA MUJER
Charlotte, flor de Bavaria, perdida en París en sus pensiones y sus bulevares. Venías ⎯rostro de manzana, ingenuas muselinas y ojos de muñeca⎯ de tu parroquia protestante con sus verdes praderas y sus grandes vacas tranquilas, a la Urbe.
Leías una carta en un rincón del hall y llorabas, con lágrimas auténticas (que no eran de París), y pasé. A poco sabía de tu pena, te dejé hasta el alto piso, ofreciéndote mi brazo. Y tu vida era la que apoyabas en él, en ese instante.
¡Ser útil, bueno, en el egoísmo gozador de París, qué grato! Y te llevé conmigo. No lloraste más. Huías lo rastá, espléndido parisiense, por las quietas barriadas, San Sulpicio provinciano, Montsouris con sus burgueses, un pequeño teatro, cualquier bombón. Y el cielo de París abrióse en blanco ⎯azul para nuestro idilio probo. Economizabas en el restorán, fuiste fiel, besabas seriamente, con torpeza. ¡Buena amiga fragante!...
Pasaban Mistinguet, Picasso, Marinetti, y tú no sabías de ellos. Jurabas amor. Amaste por tres años y ofrecías amar otros tres.
Sólo tres semanas... Otra carta. Hablábate de reconciliación; enfermó tu hijo. Y dejaste París.
Junto a la portiere llorabas nuevamente... Un encargo aún (un menudo encargo femenino). ⎯ ¡Adieu! Y corrí a mi curso de Lanson. Lo había perdido esas semanas.
¿Por qué no la guardé? Me he dicho a veces. ¡Qué sabe uno del amor! No lo conocemos, ni se sabe detener. Es una instantaneidad, un puntito que miramos un momento en unos ojos.
Ahí estaba, en los tuyos, Charlotte. Y pasé a otra cosa.
(En Mujeres, 1934)


Mariano Silva y Aceves (1887-1937)
LOS GRANDES EDIFICIOS
Cuando los niños van por la ciudad de la mano de sus padres, éstos les llaman la atención sobre los grandes edificios. Es muy raro que los padres no hagan esto con propósito de aprovechar la debilidad del niño para hacer un alarde de cultura.
Desde el punto de vista del niño, los grandes edificios contribuyen a fijar ideas muy exactas y útiles para la vida. Gracias a ellos entenderá claramente, por ejemplo, la superioridad del Gobierno. Un país cuyo Gobierno no sea propietario de los mayores edificios, corre el serio peligro de verse menospreciado, desde temprano, en el corazón de sus ciudadanos.
El verdadero sentido de los grandes edificios lo adquiere el niño cuando sube a una torre o a una azotea que domina la ciudad, en momentos de un acontecimiento público. Por primera vez se conmueve su espíritu con una emoción fuerte y las campanas le parecerán cosas llenas de una nobleza singular, que la poesía no hará sino precisar más tarde si acaso da con ella en su vida. Las vistas de un lejano horizonte darán a sus pies un equilibrio muy estable y al bajar sentirá que su carrera es más segura. ¿Y quién se atrevería a negar que el heroísmo puede nacer de allí? Sobre la vida de nuestro Pípila no hay gran documentación, pero la fe intensa que le guió cuando atacó la Alhóndiga de Granaditas, nos permite sospechar que tenía el sentido de los grandes edificios.


Carlos Díaz Dufoo jr. (1888-1932)
EPIGRAMAS

CREYÓ QUE LOS ACTOS heroicos no tenían consecuencias, que eran hechos aislados de la vida común –prejuicio literario corriente. Un día acometió un acto heroico, cuidadosamente preparado. Pero ese acto sui generis fructificó en hechos vulgares, en situaciones grotescas, en relaciones inferiores que le uncieron a una vida repugnante e inevitable.
* * * * *
LA INCOHERENCIA ES SÓLO un defecto para los espíritus que no saben saltar. Naturalmente, sólo pueden practicarla los espíritus que saben saltar.
* * * * *
LA VIDA, COMO UN soplo remoto, pasó entre sus dedos, íntima y ajena. De su visita quedó la huella del viento que agitó las hojas.
* * * * *
EL VENDEDOR DE INQUIETUDES
(En la feria de las novedades psicológicas. Mil años después de Freud.)
–Venid: fabricados científicamente, perfeccionados por prácticas centenarias de laboratorio, os ofrezco procedimientos increíbles, capaces de cambiar vuestro pacífico orden por inquietudes sutiles, tormentosas o crueles; inquietudes que llenan no más un instante de la vida y que son luego un recuerdo melancólico de cosas que tal vez no fueron; inquietudes que llenan una vida y la sujetan al yugo de la dura necesidad; inquietudes que hacen cambiar un mundo e inquietudes que rizan levemente un espíritu con la magia de lo inútil. Yo puedo daros el regalo de lo imprevisto y poner en vuestra sencillez el fermento de la divinidad. Tengo aquí para vosotros un poco de dolor y un poco de gracia.
(De Epigramas)


Julio Torri (1889-1970)
A CIRCE

¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas.
¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.

ESTAMPA ANTIGUA
NO CANTARÉ TUS COSTADOS, pálidos y divinos que descubres con elegancia; ni ese seno que en los azares del amor se liberta de los velos tenues; ni los ojos, grises o zarcos, que entornas, púdicos; sino el enlazar tu brazo al mío, por la calle, cuando los astros nos miran con picardía, a ti linda ramera, y a mí, viejo libertino.

DE FUNERALES
Hoy asistí al entierro de un amigo mío. Me divertí poco, pues el panegirista estuvo muy torpe. Hasta parecía emocionado. Es inquietante el rumbo que lleva la oratoria fúnebre. En nuestros días se adereza un panegírico con lugares comunes sobre la muerte y ¡cosa increíble y absurda! con alabanzas para el difunto. El orador es casi siempre el mejor amigo del muerto, es decir, un sujeto compungido y tembloroso que nos mueve a risa con sus expresiones sinceras y sus afectos incomprensibles. Lo menos importante en un funeral es el pobre hombre que va en el ataúd. Y mientras las gentes no acepten estas ideas, continuaremos yendo a los entierros con tan pocas probabilidades de divertirnos como a un teatro.


El poema en prosa, el verso libre, son medios para escapar del modernismo. Los ateneístas los usaron como llaves para salir de una cárcel. Aun cuando no todos lo lograron. Hasta 1935, Antonio Caso continuaba escribiendo para emular a Othón o a Díaz Mirón. El modernismo, sin embargo, no murió. Fue desplazado. Tal vez, incluso siga vivo, errando como alma en pena. Como sus cultivadores, como Nervo que viajó por España y Argentina; como Tablada por Venezuela y Estados Unidos; como Othón por las sierras agrias del desierto; como Díaz Mirón por Cuba. Si vuelve, que sea para ser leído. Si se lo merece. No lo creo. Cada nota al pie es un grillete más que arrastra. Yo no sé si sea capaz de mostrarse ante nosotros como un fantasma libre. El Ateneo lo aceptó, pero sólo para inmediatamente enfrentarlo. Aceptó la influencia de Othón y de Gutiérrez Nájera, para alejarse de ella. Sólo que como no sabía cómo alejarse de ella, chocó en varias ocasiones con sus influencias. También salió, es cierto, pero salió con cierta cortesía. Fue saliendo de una habitación en partes. O más bien, fue sacando a su invitado por partes. Hasta que no quedaba nada del huésped, ni del anfitrión. Sólo el cuarto del Modernismo con sus cuadros y sus objetos. Todo lo demás son retazos. Diáspora de la huída de los ateneístas. No todos se dirigían al mismo sitio ni desembocaron como ríos en un mismo mar. Efrén Rebolledo que se vaciaba de sí mismo, como para realizar el vaciado de una escultura, de una escultura sexual, en la que por primera vez se mostraba antes que ocultarse el sexo de la misma manera que la pedrería preciosista. Luis Castillo Ledón, que escapaba de la poesía y que en 1916 decidió publicar un solo poemario antes de dedicarse a la Historia. Junto con Amado Nervo, fue el único que utilizó el arte mayor de la España medieval, pero en su caso para hacer un poema que por intentar la preservación de la moral, tropieza y cae en la pederastia y el sacrilegio. Y Ángel Zárraga, pintor, poeta limitado, pero que tuvo un momento importante, pues fue el primer poeta mexicano que conoció la obra de Apollinaire, la posibilidad del simultaneísmo, de descomponer la realidad en partes y pegarlas desde distintas perspectivas, sólo para descubrir que la realidad no encaja consigo misma.

Como se dijo al principio, una lira quedó debajo del polvo, en la que el Ateneo cantó su canción, la recojo y la toco, yo también soy polvo. Lo mejor es tenderla hacia una mano que la ejecute con mayor precisión.


Efrén Rebolledo (1877-1929)
Posesión

Se nublaron los cielos de tus ojos,
y como una paloma agonizante,
abatiste en mi pecho tu semblante
que tiñó el rosicler de los sonrojos.

Jardín de nardos y de mirtos rojos
era tu seno mórbido y fragante,
y al sucumbir, abriste palpitante
las puertas de marfil de tus hinojos.

Me diste generosa tus ardientes
labios, tu aguda lengua que cual fino
dardo vibraba en medio de tus dientes.

Y dócil, mustia, como débil hoja
que gime cuando pasa el torbellino,
gemiste de delicia y de congoja.


El beso de Safo

Más pulidos que el mármol transparente,
más blancos que los blancos vellocinos,
se anudan los dos cuerpos femeninos
en un grupo escultórico y ardiente.

Ancas de cebra, escorzos de serpiente,
combas rotundas, senos colombinos,
una lumbre los labios purpurinos,
y las dos cabelleras un torrente.

En el vivo combate, los pezones
que se embisten, parecen dos pitones
trabados en eróticas pendencias.

y en medio de los muslos enlazados,
dos rosas de capullos inviolados
destilan y confunden sus esencias.


Luis Castillo Ledón (1879-1945)
En elogio de los senos

¡Oh, los senos!…
Son floreros de albo raso, turgescentes, duros, plenos,
oprobiosamente ocultos tras los cándidos corpiños.
Son nectarios ampulosos, breves, blancos o morenos,
que debieran verse libres, germinar sin desaliños,
ostentando al aire todos sus espléndidos adornos
como en tiempos ya lejanos, en que el culto de esas cosas
todas luz y blandas líneas y suavísimos contornos,
elevaba a las mujeres hasta el rango de las diosas.

Como rosas
tiritando entre la nieve que se hacina en los barbechos,
o cual aves que friolentas tremolaran sus plumajes,
son los senos impolutos, son los castos leves pechos,
que al impulso del aliento van alzando sus encajes.
¡Oh preciosos hemisferios de tersura marfilina!
Yo quisiera acariciarlos cuando alguna vez os veo,
pero pienso que si toco vuestra piel alabastrina,
borraré tal vez mi culto con la mancha del deseo.

Aleteo
de paloma que despierta, de paloma esperezante,
tiene el seno que se asoma sobre el arco de un escote;
y semejan los globos, blancas lunas en menguante
que entre nubes vaporosas en un cielo hacen su brote.
¡Senos blancos, yo os adoro con las ansias de un amante!
¡Senos blancos que se esponjan, que se ofrecen y hacen gala
de belleza con el brillo de su aspecto rozagante!
¡Senos blancos que han bañado blancas luces de Bengala!

Como el ala
augur del cisne, son los senos eucarísticos de Leda,
y tan diáfanos y frescos, que su hálito provoca
y convida hasta palparlos... ¡Pero el blanco de su seda
no permite que se toquen sino sólo con la boca!
¡Níveos senos que se yerguen como plácidos pompones,
como eurítmicas magnolias, como flores del pecado:
son hermosos porque os ornan esos cárdenos botones,
porque late siempre un bello corazón a vuestro lado!

Yo he soñado
ver los senos de mi amada, bajo el sol de Himeneo
semi-ocultos entre blondas sus esféricos perfiles;
palpitantes, al influjo de un tremor, de un tembelequeo,
y rindiéndose al halago de unas manos infantiles.
Ver gustar con ansia y gula sus pezones rubicundos,
por los labios de algún niño que sus jugos aproveche,
y que rudamente opresos, en contactos furibundos,
viertan raudas sus heridas, en lugar de sangre, leche!

Yo os adoro
senos breves de las niñas encubiertos con desdoro;
capullitos apretados, puntiagudos y distantes;
senos firmes de novicias que en el claustro y en el coro
renegáis de vuestro sexo, de sus savias fecundantes.
¡Oh los senos de las madres siempre llenos y abultados:
sois dos ánforas de vida. Sois un dulce abrevadero
donde beben la existencia tantos seres adorados!…
¡Cómo os amo, senos blancos; cómo os amo, cómo os quiero
y os venero!


ÁNGEL ZÁRRAGA (1886-1946)
ODA A LA VIRGEN DE GUADALUPE
CANTO I

EL ÁNGEL
Compuerta mal cerrada
para el agua turbia de mi palabra:
mi garganta.
Un nudo en mi garganta y otro
nudo ciego en mi corazón.
Oscuro trabajo subterráneo de mi vida,
donde se anudan ciegamente las raíces.
Temblor de motor en las matrices desgarradas
del imposible parto. Palabras…
Palabras escritas.
Palabras…
Palabras habladas.

Clavado al árbol, entre tierra y cielo,
sin más tortura –hay algo más terrible que la tortura–
que el delirio
del cielo suprarreal.
Mis pasos van, pesados tanto
como los del buzo a la presión normal.
Ángel patudo que quiso volar y no pudo.

Inextricable maraña.
Arquitectura de la tela araña antes de la mañana,
en la terraza de Elsinor.
Tela de araña en close-up y aumentada diez mil veces
(he perdido la escala y no sé si es al 1 x 10
o al 10 x 10 000).

Doctor, ¿es la gangrena?
Tengo una llaga en la pierna izquierda
como la de mi patrón san Roque,
como la de mi rey Tizoc.
Y nací entre el león y la Virgen.
Pero sobre el santo y el rey y sobre el león y la virgen,
el aleteo loco del pájaro atado por la pata izquierda
con un hilo que no se rompe.
Manos crueles e inocentes
del niño que está dentro de mí.

Transmutación constante. Retortas y alambiques.
Alambicada, retorcida esencia de mi ser.
Exorbitados y quemados de angustia, mis ojos
reflejan la llama verde,
la llama roja,
la llama azul,
y las tres llamas en una como la Santa Trinidad.
¿Hay un pedazo de sol en el crisol
o es sólo el sol negro de mi subconsciencia?

Se desdobla el viento.
Se desdobla el tiempo.
Y el gallo de la veleta gira en el centro fijo
de un ideal círculo horizontal
a 500 kilómetros por hora… Y el pico
no sabe dónde esperar el grano, en los millones
de pétalos de la rosa de los vientos.

La luna en el cielo se harta de nubes.
Paz aparente del campo.
Y la guerra, la guerra, la guerra
entre el hombre que está a mi vera,
vestido solamente del acero de su escudo,
y el otro, hediondo y negro,
y que no se ha lavado nunca
y que espera su hora a mi siniestra.

Proa del barco que no zarpa nunca
o que zarpará un día, en los siglos de los siglos,
cuando las cadenas vuelvan al polvo,
cuando el ancla se desmorone
como los raigones en una mandíbula milenaria.
Barco fantasma entonces,
huracán sin ruido,
idea fija en la inmensidad circular…
Y una tras otra,
en los bordes inmensos de los horizontes sucesivos,
excéntricos,
las mil y una tierras de las posibilidades.

Confines de la tierra entre las cuatro paredes
del cuarto donde escribo,
sin puertas ni ventanas.
Confines de mi cuarto –el círculo en un cuadro–,
confines de la tierra –trescientos sesenta grados–:
trescientas sesenta hojas que deshojo,
ridículo y adolescente
(un peu beaucoup passionément pas du tout);
y el libro sin fin que hojeo
y en el que cada línea es un desenlace
y que puedo leer como un anagrama
o como un caligrama, y de derecha
a izquierda, y de izquierda
a derecha, o como un crucigrama. ¡Oh Cruz!

Palabras escritas en la página de un lago
(Erie Xochimilco Maggiore Chapala)
de un paisaje de cromo.
Palabras habladas desde la más lejana
barrera del mundo,
y que no suenan
porque anoche el viento
se llevó la antena del jardín.

Confines del mundo.
Murallas, murallas… Murallas
del confín del mundo, del fin del mundo.
Murallas de nieve, de bruma, de jade.
Murallas: un frontal, dos parietales, dos temporales,
un occipital.

Un signo, el signo intacto, el signo nuevo
antes de los tiempos,
el signo sólo para mí solo,
¡oh mis Babeles!
A puñadas mis manos golpean
–28 falanges, hecatombes
de carpos y de metacarpos–
contra los muros de cal y canto.
Diez uñas en astillas
contra los muros de cal y canto
chorrean sangre.
Y mi garganta de estropajo
en el cero ecuatorial.
Y mi corazón en la Piedra de Sacrificios.
¡Mi deuda milenaria, Huitzilopochtli!
Y mis pies de trapo. Y mis ojos al revés…
One, two, three, four, five, six, seven,
eight, nine…

¿Out?
No.
¡Las rosas de tu tilma en mi sangre, Juan Diego!
París, 1917

(Conferencia leída en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, 10 de diciembre de 2009. Leyeron los textos poéticos Blanca Luz Pulido y Eduardo Langagne. Una versión resumida apareció en la revista "Tierra Adentro" 161-162, diciembre de 2009-marzo de 2010)

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